La crisis no es solo económica: también afecta la salud mental. ¿Qué podemos hacer cuando todo cuesta un poco más?
En Argentina, el malestar emocional se hace cada vez más visible. No solo se trata de la inflación o de la falta de trabajo: se trata del desgaste que genera sostener la vida cotidiana cuando las redes que antes contenían comienzan a deshilacharse. Cuando la incertidumbre se vuelve norma, cuando la exigencia se multiplica y cuando el acompañamiento escasea, se empieza a sentir una especie de cansancio colectivo difícil de nombrar.
Hablamos de crisis económica, sí, pero también de crisis social, vincular y afectiva. De crisis de las seguridades mínimas, de los modos de cuidado. Y cuando se rompen esos hilos que nos conectan con otras personas, lo que se resiente es, inevitablemente, la salud mental.
En este artículo hablamos sobre:
- Radiografía del malestar psicosocial en Argentina
- El sufrimiento psíquico también es social
- Doomscrolling: una expresión digital del malestar
- Lo que sí está en nuestras manos: gestos para cuidar(se)
- La salud mental también es un derecho colectivo
Radiografía del malestar psicosocial en Argentina
Un reciente estudio del Observatorio de Psicología Social Aplicada (OPSA) de la UBA, que tiene como muestra participantes de todo el país, traza un panorama alarmante y profundamente revelador:
- El 8,7 % presenta riesgo de padecer un trastorno mental, con mayor incidencia en jóvenes y sectores con menores ingresos.
- Más del 60 % reportó alteraciones del sueño: insomnio, interrupciones frecuentes o despertares tempranos.
- El 51,14 % afirmó estar atravesando una crisis personal, especialmente económica o familiar.
- El 48,64 % presenta ansiedad moderada o severa, y el 40,27 % síntomas depresivos de intensidad clínica.
- Solo entre el 26 % y el 28 % recibe atención psicológica, aunque el 55 % de quienes no la reciben reconocen necesitarla.
- Aumentó el uso de psicofármacos: 24,9 % consume medicación para dormir, 22,6 % para la ansiedad, y 25,1 % recurre al alcohol como forma de afrontar el malestar.
- La desigualdad impacta directamente: menores ingresos y edades se asocian con mayor riesgo de ansiedad, depresión y suicidio.
Estos datos no son solo cifras: son señales de alerta. Reflejan el impacto subjetivo de una crisis estructural que debilita vínculos, precariza apoyos y erosiona la capacidad de sostenerse en lo cotidiano. Ademas de hablar de un malestar individual, nos muestra cómo los contextos precarios impactan de forma desigual según edad, clase y territorio. En este sentido, los jóvenes y quienes viven en condiciones más vulnerables no solo cargan con más exigencias, sino que también acceden con mayor dificultad a redes de cuidado y atención profesional.
El sufrimiento psíquico también es social
Durante años, la salud mental fue tratada como un tema privado, íntimo, individual. Pero hoy resulta evidente que no podemos hablar de ansiedad, insomnio o angustia sin hablar de las condiciones en las que vivimos, trabajamos, criamos, amamos y nos sostenemos.
La crisis actual no solo golpea el bolsillo: desarma redes de cuidado, aísla a quienes más lo necesitan, incrementa las exigencias y agota los recursos personales y comunitarios.
Como sostiene la psicoanalista Irene Meler, no hay sufrimiento individual que no esté tejido con lo social. Y ese tejido, en el presente argentino, está claramente dañado.
Doomscrolling: una expresión digital del malestar
En este escenario, aparecen también nuevas formas de habitar la angustia. Una de ellas es el doomscrolling, un término que surgió durante los primeros meses de la pandemia y que combina las palabras doom (fatalidad) y scrolling (desplazarse por la pantalla). Se refiere al hábito de consumir compulsivamente noticias negativas, especialmente a través de redes sociales y medios digitales.
Aunque el fenómeno no es nuevo, su auge actual se relaciona directamente con el contexto: muchas personas se sumergen en el flujo constante de información buscando comprender, anticipar riesgos o sentir algo de control. Pero el efecto suele ser el contrario: más ansiedad, más insomnio, más agotamiento emocional.
El estudio del OPSA confirma que este patrón está presente en gran parte de la población. La necesidad de informarse se transforma en una conducta que sobrecarga y desgasta.
Este fenómeno también confirma lo que plantea Judith Butler sobre la vulnerabilidad simbólica: nuestras emociones están profundamente mediadas por el contexto social y tecnológico. Hoy, ese contexto se expresa en pantallas que no descansan, en una cascada constante de noticias catastróficas que alimentan la sensación de estar en crisis permanente.
Lo que sí está en nuestras manos: gestos para cuidar(se)
Frente a este panorama, es esperable sentirse agotado, desbordado o solo.
No se trata de decir que todo depende de uno o que con solo “pensarlo” se resuelve, porque eso invisibiliza el sufrimiento real y las condiciones estructurales que atraviesan esta crisis.
Sin embargo, reconocer el malestar no significa resignarse ni quedar atrapados en él: desde ahí, podemos pensar en algunas pequeñas acciones que, sin resolverlo todo, pueden hacer diferencia.
Cuidarse en un contexto adverso no es negarse a la realidad ni caer en mensajes positivistas vacíos: es resistir desde lo posible, con humanidad y sin recetas mágicas.
Por eso, podriamos pensar en algunas claves concretas para cuidar(nos), sin falsas promesas, pero con herramientas reales y humanas:
- Dosificar la exposición a noticias negativas. No se trata de desinformarse, sino de no saturarse. Elegir fuentes confiables, generar pausas y apagar el teléfono a tiempo.
- Habitar el cuerpo. Dormir lo suficiente, comer de forma consciente, moverse, respirar profundo: lo básico también es reparador.
- Tejer lazos simples. Hablar con alguien, compartir lo que nos pasa, pedir ayuda. Lo comunitario no siempre es masivo: puede ser una red mínima, pero presente.
- Sintonizar con lo que alivia. Acercarse a lo que calma: un libro, una caminata, una charla, una canción, una pausa. Lo pequeño, a veces, también es refugio. Habitar lo cotidiano.
- Cultivar lazos de apoyo mutuo. Estar presente en espacios de encuentro, grupos solidarios o iniciativas colectivas, o simplemente brindar apoyo cercano a alguien. En esos gestos, también encontramos reparación y sentido.
Cuidarse no es aislarse. Es encontrar formas humanas y posibles de sostenerse entre tanto ruido y tanta demanda.
La salud mental también es un derecho colectivo
En tiempos donde todo empuja al cansancio, la salud mental no puede ser pensada como una meta individual ni como una “responsabilidad personal”. Es un derecho. Y también una construcción colectiva.
Entre la crisis y la salud mental, cuidar(se) no solo es posible: es urgente.
Referencias y Recursos
- Observatorio de Psicología Social Aplicada (OPSA), Facultad de Psicología – UBA (2024). Encuesta Nacional de Bienestar Psicosocial.
- Butler, J. (2004). Vida precaria. El poder del duelo y la violencia. Paidós.
- Meler, I. (2009). Psicoanálisis y géneros. Tensiones y entrecruzamientos. Paidós.